Estilo de vida

Cómo la nueva ley de la UE está provocando una revolución laboral en China.

Muy bien, amigos, abróchense los cinturones porque vamos a sumergirnos en una situación fascinante y, francamente, bastante alucinante que se está desarrollando aquí mismo, en China. ¿Saben cómo solemos oír hablar de la implacable ética de trabajo en lugares como China? Pues bien, está a punto de dar un giro radical, y desde una fuente que quizás no se esperen: Europa.

Durante años, si han seguido las noticias económicas de China, probablemente se hayan topado con el término “996”. No es un código secreto ni un nuevo gadget tecnológico, sino una brutal jornada laboral que se ha normalizado en ciertos sectores, especialmente en la pujante industria tecnológica. Piensen en ello: trabajar de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana. Sí, han leído bien. “996”: incluso se ha convertido en una jerga, una abreviatura con humor negro para referirse al tipo de machaque que se espera si se quiere ascender en muchas empresas chinas. Algunos incluso lo llaman en broma (o quizás no tan en broma) una “bendición”. Suena más a maldición para la mayoría de nosotros, ¿verdad?

Ahora bien, China en realidad tiene leyes laborales en vigor, leyes que, sobre el papel, se supone que protegen a los trabajadores de jornadas excesivas. El artículo 36 de la Ley del Trabajo de la República Popular China, por ejemplo, establece claramente que la jornada laboral estándar es de “no más de ocho horas al día y no más de 44 horas a la semana de media”. Parece bastante sencillo, ¿verdad? Pero en la práctica, bueno, la cosa se complica…

Durante mucho tiempo, estas leyes, aunque existían, no han sido exactamente el escudo inexpugnable para los trabajadores que cabría esperar. La cultura “996” ha florecido, a menudo con empresas que encontraban formas de eludir las regulaciones o simplemente operar en una zona gris. Ha habido quejas, claro, incluso protestas online, pero en su mayor parte, el 996 ha seguido siendo una característica persistente del panorama laboral chino, especialmente en el mundo trepidante e hipercompetitivo de las startups tecnológicas y los gigantes por igual.

Pero agárrense que vienen curvas, porque un punto de inflexión se está gestando al otro lado del continente euroasiático. Entra en escena la Unión Europea, con una nueva ley que está provocando ondas de choque y, me atrevería a decir, un poco de pánico en las filas de las empresas globales, y en particular de las que operan en China o exportan desde allí. Esto no es una sugerencia amable o un toque de atención suave; esto es un mazazo legal en toda regla.

A finales de 2024, la UE, en una medida que se ha calificado de “despertar laboral”, aprobó de forma abrumadora el “Reglamento sobre la prohibición de productos fabricados con trabajo forzoso en el mercado de la Unión” (FLR). Esta ley, que entró en vigor oficialmente el 13 de diciembre de 2024 y será plenamente aplicable a partir del 14 de diciembre de 2027, está a punto de meter una llave inglesa en los engranajes de las cadenas de suministro mundiales, y está golpeando a China donde más le duele.

El mensaje central de esta normativa de la UE es directo e inflexible: si utilizas “trabajo forzoso” para fabricar tus productos, puedes decir adiós al lucrativo mercado europeo. Es una prohibición generalizada diseñada para ser una revolución global en los derechos laborales, y tiene dientes. Dientes de verdad.

Analicemos qué hace que esta ley de la UE sea tan potente. En primer lugar, echa una red tan amplia que es prácticamente inescapable. Estamos hablando de un enfoque de “cadena de suministro completa”. No se trata solo de la fábrica final donde se ensambla tu nuevo y brillante gadget. Se trata de cada paso en el recorrido del producto, desde los campos de algodón en Xinjiang hasta las fábricas de electrónica en Guangdong, incluso hasta las minas en África que podrían estar suministrando materias primas. Si hay incluso un atisbo de “trabajo forzoso” en cualquier parte de esa cadena, incluso a nivel de materia prima, todo el producto entra en la lista negra en la UE. Imaginen que su empresa de teléfonos inteligentes favorita utiliza baterías ensambladas por trabajadores en condiciones coercitivas. Bajo esta ley, todo ese modelo de teléfono podría ser retirado de los estantes europeos. Eso es una penalización económica masiva.

¿Y qué entiende exactamente la UE por “trabajo forzoso”? No se trata solo de cadenas y grilletes literales. La UE se basa en gran medida en la definición de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que es mucho más amplia y, francamente, mucho más relevante para las realidades laborales modernas. “Trabajo forzoso” se define como “todo trabajo o servicio exigido a una persona bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicha persona no se ha ofrecido voluntariamente”. Crucialmente, la ley de la UE redefine lo que constituye esta “amenaza de pena” y “falta de voluntariedad”.

Esto incluye, atención, horas extras excesivas. Estamos hablando de trabajar más de 8 horas al día o 40 horas a la semana. Incluso si los empleados firman “voluntariamente” acuerdos de horas extras, todavía puede considerarse trabajo forzoso bajo ciertas condiciones. Piensen de nuevo en la jornada “996”. De repente, parece mucho menos una “bendición” y mucho más una responsabilidad legal a los ojos de la UE. La definición también abarca cosas como el robo de salarios, las restricciones a la libertad de movimiento e incluso situaciones en las que los trabajadores son esencialmente obligados a hacer horas extras solo para ganarse un salario digno. Imaginen a un trabajador de fábrica que gana un mísero salario base de 2000 RMB, y que solo puede sobrevivir haciendo suficientes horas extras para llegar a unos escasos 3000 RMB al mes. La UE bien podría considerar esto como “trabajo forzoso por amenaza de supervivencia”. Este es un cambio enorme de perspectiva y un gran quebradero de cabeza para las empresas que dependen de largas jornadas y salarios relativamente bajos para seguir siendo competitivas.

Las sanciones por violar esta ley no son solo reprimendas leves. Estamos hablando de un golpe económico en toda regla. Las empresas que sean declaradas culpables no solo tendrán prohibido vender sus productos en la UE, sino que los artículos ya almacenados serán retirados por la fuerza, confiscados e incluso destruidos, a expensas de la empresa. Para colmo de males, la UE está creando una “base de datos de listas negras de trabajo forzoso”, que avergonzará públicamente a las regiones e industrias de alto riesgo. Esto está diseñado para que sea imposible para las empresas alegar ignorancia o esconder la cabeza bajo la arena.

¿El impacto? Ya se está sintiendo, incluso antes de que la ley se aplique plenamente en 2027. Corren rumores de que algunos grandes gigantes chinos del comercio electrónico se están apresurando a imponer políticas de “apagón a las 9 de la noche”, prácticamente echando a los empleados de la oficina. Se dice que las fábricas se están apresurando a instalar sistemas de reconocimiento facial para controlar las horas de trabajo. Esto está sucediendo más rápido y con más urgencia que cualquier esfuerzo interno de aplicación de la legislación laboral en China jamás haya logrado. Es un testimonio del poder absoluto del acceso al mercado y de la influencia económica de la UE.

Entonces, ¿cómo están reaccionando las empresas chinas, especialmente los grandes actores que han construido sus imperios a base de una cultura de trabajo intensa? Digamos que “ansiedad colectiva” podría ser quedarse corto. Para muchos empresarios, el mensaje es claro: “transfórmate o muere”.

Los retos inmediatos son enormes. Las cadenas de suministro están sumidas en el caos mientras las empresas se apresuran a asegurar que cada eslabón sea impecable. De repente, las auditorías de fábrica ya no se refieren solo a la calidad del producto; se trata de escrutar los registros de descansos para ir al baño de los trabajadores. Un fabricante de electrodomésticos con sede en Guangdong, según se informa, gastó millones en contratar a una empresa de auditoría alemana, TÜV, para llevar a cabo inspecciones sorpresa en las fábricas e incluso instaló sistemas de control en tiempo real en sus fábricas de proveedores vietnamitas. La contratación se está convirtiendo en un juego totalmente nuevo. Olvídate solo de las habilidades; ahora necesitas comprobar si los abuelos de un posible trabajador alguna vez sufrieron retrasos salariales, según un jefe exasperado.

Luego está el impacto en la productividad. Una fábrica textil en Zhejiang que solía producir millones de piezas al mes con sistemas de dos turnos se enfrenta ahora a una reducción de la producción a la mitad al cambiar a una jornada laboral obligatoria de 8 horas. El gerente de la fábrica lamenta los plazos de entrega sin cambios de los clientes europeos, y se pregunta si debería volar a Europa para explicar que la “velocidad china” se construyó sobre algo que la UE ahora considera ilegal.

La reputación de marca también está en juego. Un fabricante chino de vehículos eléctricos vio cómo el precio de sus acciones se desplomaba en miles de millones en un solo día después de que un proveedor de baterías fuera acusado de utilizar trabajadores con “horas extras voluntarias”, lo que provocó una suspensión temporal de las importaciones de la UE. Internet está que arde con humor negro, bromeando con que “antes eran los chips los que nos estrangulaban, ¡ahora son las horas de trabajo!”.

Pero en medio del pánico, hay un rayo de esperanza. Esta ley de la UE está forzando una modernización industrial largamente esperada. Una fábrica de electrónica de Shenzhen, por ejemplo, está invirtiendo fuertemente en automatización, reemplazando al 60% de sus trabajadores de la línea de montaje con robots. Esto no solo cumple con los estándares de la UE, sino que también redujo las tasas de defectos en un 30%. Algunas empresas incluso están convirtiendo esto en una ventaja de marketing. DJI, el gigante de los drones, está promocionando a bombo y platillo su “política obligatoria de después del trabajo”, ¿y adivinen qué? Los pedidos del extranjero están en auge. Al parecer, los clientes extranjeros están impresionados de que “Made in China” también pueda significar “hecho de forma humana”.

¿Qué pasa con los propios trabajadores, las personas en el corazón de toda esta ecuación? Para muchos trabajadores chinos, es un momento agridulce: una mezcla de alivio y ansiedad. Por un lado, está la alegría de recuperar tiempo personal y dignidad. Un programador nacido en los 90 en Shanghái, después de que su empresa de internet aboliera la infame “semana grande/pequeña” (semanas alternas de 6 y 5 días laborables), finalmente vio una puesta de sol a las 6 de la tarde por primera vez en años, y se atrevió a programar un chequeo médico, algo que antes pensaba que no viviría lo suficiente como para necesitar. Una joven trabajadora de fábrica en Dongguan, donde las fábricas solían confiscar rutinariamente los documentos de identidad para controlar a los trabajadores, está encantada de que ahora, incluso pedir permiso parezca una negociación, no rogar clemencia.

Sin embargo, la euforia se ve atenuada por preocupaciones reales. Para muchos, menos horas extras significan menos ingresos. Un trabajador de una fábrica de maquinaria de Suzhou vio cómo su paga mensual se desplomaba de 8000 a 5000 RMB después de que se redujeran las horas extras. Se pregunta cómo podrá pagar ahora las clases particulares de su hijo. Y luego está el riesgo siempre presente de que las empresas encuentren nuevas formas insidiosas de exprimir la productividad. Una plataforma de comercio electrónico, según se informa, triplicó los objetivos de rendimiento diarios, lo que llevó a los trabajadores a bromear con que “las horas extras eran opcionales antes, ahora el trabajo en sí es una guerra”.

Entonces, ¿por qué una ley de la UE parece estar haciendo más para hacer cumplir los derechos laborales en China que la propia Ley del Trabajo de China? Es una pregunta compleja, pero parte de la respuesta reside en la naturaleza del desarrollo económico de China y su relación con el mercado global.

Durante décadas, China ha sido la fábrica del mundo, construida sobre un modelo que a menudo se basaba en bajos costes laborales y largas jornadas de trabajo. Si bien la Ley del Trabajo de China existe, su aplicación ha sido, digamos, desigual. Como informó PandaYoo, cuando los profesionales del derecho en China intentaron argumentar contra el 996 utilizando la Ley del Trabajo, muchos internautas chinos pensaron que estaban “bromeando”. Existe una percepción generalizada de que las leyes laborales son “leyes solo de nombre”, que existen sobre el papel pero que no se aplican eficazmente, especialmente en lo que respecta a las horas extras. La frase “la ley no culpa al público” refleja la sensación de que las violaciones generalizadas se normalizan y se vuelven esencialmente inmunes a la acción legal.

Históricamente, China ha operado en lo que muchos observadores llaman un “mercado laboral favorable al empleador”. Siempre ha habido una gran reserva de trabajadores, a menudo dispuestos a aceptar condiciones duras por una oportunidad de empleo. Esta dinámica ha dificultado que los trabajadores se rebelen contra prácticas de explotación como el 996. Muchos temen que protestar o emprender acciones legales simplemente conduzca a la pérdida del empleo, con muchos otros listos para ocupar su lugar. Demandar a una empresa se considera una tarea que requiere mucho tiempo, energía y que puede dañar la carrera profesional, tildando al trabajador de “alborotador”.

En lugar de la confrontación directa, algunos trabajadores chinos han adoptado una forma más sutil de resistencia: “la ralentización”. Reducen su intensidad de trabajo durante las largas horas, esencialmente trabajando lentamente para hacer frente al tiempo excesivo pasado en la oficina. Esto crea un ciclo perverso en el que las empresas exigen aún más horas para compensar la reducción de la productividad, lo que alimenta aún más el resentimiento y el cinismo de los trabajadores.

Esta situación también tiene sus raíces en factores históricos y culturales más profundos. La tradición jurídica de China se ha basado más en el “gobierno de hombres” que en el “estado de derecho”. Se hace más hincapié en las relaciones personales, la autoridad y la flexibilidad que en la estricta adhesión a principios jurídicos abstractos. Muchos ciudadanos chinos, debido a experiencias pasadas o percepciones de injusticia, ven la ley como una herramienta de los poderosos más que como un protector fiable de los derechos individuales. Existe una mayor expectativa cultural por un “buen juez” -una figura de autoridad sabia y benevolente- que por un sistema jurídico robusto. Las constantes llamadas del gobierno a “gobernar el país de acuerdo con la ley” subrayan irónicamente lo que precisamente falta: una cultura profundamente arraigada de estado de derecho.

En este contexto, el Reglamento de la UE sobre Trabajo Forzoso actúa como una fuerza externa inesperada, un “garrote de oro”, como se describe en un reciente artículo de WeChat, obligando a China a afrontar sus propios problemas laborales. No se trata de que la UE “enseñe a China cómo comportarse”, sino más bien de utilizar la influencia comercial para impulsar cambios que los propios mecanismos internos de China han tardado en llevar a cabo. Como dijo un economista citado en otro artículo de WeChat, “Este ‘despertar laboral’ puede haber comenzado con las negociaciones comerciales, pero en última instancia impulsará el ‘Made in China’ de ‘talleres de explotación’ a ‘fábricas inteligentes’, y convertirá la dignidad de los trabajadores de un eslogan en realidad”.

La ironía no se le escapa a nadie. Las empresas chinas se ven obligadas a cumplir con jornadas laborales de 8 horas para vender a Europa, mientras que las que se centran únicamente en el mercado nacional podrían seguir como si nada. Esto plantea una pregunta fundamental: ¿solo merecen los trabajadores chinos derechos humanos en las líneas de producción de bienes destinados a consumidores extranjeros?

La medida de la UE es algo más que una regulación comercial; es una maniobra geopolítica. Se produce en un contexto de crecientes tensiones entre Estados Unidos y China y de un orden mundial cambiante. La UE, que busca reducir su dependencia tanto de Estados Unidos como de China, está siguiendo una estrategia de “autonomía estratégica”. Esta ley trata en parte de reequilibrar las cadenas de suministro mundiales, reducir la dependencia de prácticas laborales potencialmente explotadoras y afirmar los valores europeos en el escenario mundial.

Además, hay indicios de que esto podría ser un paso hacia el deshielo de las relaciones entre la UE y China, incluso posiblemente reviviendo el Acuerdo Global de Inversiones (CAI), un importante acuerdo comercial que lleva años estancado. La UE necesita a China como mercado y socio, especialmente porque las relaciones transatlánticas con Estados Unidos siguen siendo inciertas, en particular con el posible regreso de una administración más proteccionista en Washington. China, a su vez, ve a Europa como un mercado crucial y un posible contrapeso a la presión estadounidense.

Así pues, de cara al futuro, el Reglamento de la UE sobre Trabajo Forzoso está destinado a ser un catalizador importante de cambio en la cultura laboral de China y en su sector manufacturero. Es un claro recordatorio de que en un mundo globalizado, los derechos laborales no son solo cuestiones internas; son cuestiones de comercio internacional, cuestiones geopolíticas y, en última instancia, cuestiones de dignidad humana. Queda por ver si esta presión externa transforma realmente la arraigada cultura “996” y refuerza el estado de derecho en China. Pero una cosa está clara: el juego ha cambiado y el mundo está observando.

Aris

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